15 de diciembre de 2008

El alquimista impaciente

Después de casi dos meses de no introducir ninguna entrada en el Blog, vamos a continuar.Y no es que en este tiempo no hay leído, sino que el tiempo, tan limitado, me ha impedido por un lado leer más y por otro, escribir algo. Además a veces no he tenido a mano un lápiz con el que señalar lo que de interés encontraba a mi paso por las hojas de lo leido.
Así llegamos hasta este libro de Lorenzo Silva, del que ya os he hablado en otra ocasión (del autor, no del libro). En este caso es una novela policiaca cuyo ritmo me ha enganchado. Además está salpicado de reflexiones, de formas de ver la realidad, que sintonizan mucho con mi forma de entender el mundo y de explicarmelo a mí mismo. Se trata de observar y meditar sobre lo observado e ir sacando conclusiones (aunque sean provisionales). Como digo es algo que hago frecuentemente cuando mantengo conversaciones conmigomismo.
Una de estas observaciones se encuentra en la página 173:


«A eso de las cuatro menos diez rodaba ya por las silenciosas y desiertas calles de la urbaniación, jalonadas de gigantescas chinchetas rompeamortiguadores para que el estricto límite de 20 por hora, que en cualquier otro sitio se habría incumplido con tanta holgura como impunidad, mantuviera su vigencia. Mientras sorteaba los temibles obstáculos del único modo posible, humillándome ante ellos, pensé que resulta bastante instructivo tomar nota de las prohibiciones que se revelan plenamente efectivas. Sirve para discernir, entre toda la retorica interesada y la vana hojarasca que circula al respecto, qué es lo que realmente goza de protección en una sociedad.»



En este texto encuentro dos partes la primera una reflexión sobre que las únicas prohibiciones que resultan útiles son aquellas que nos coaccionan y nos obligan a ser cumplidas. El resto, si podemos, nos las saltamos. No sé a qué puede ser debido, si a la forma de ser del ser humano o a la de la sociedad, que por un lado restringe y por otro permite y, a mitad de camino, condiciona con fuerza aquello que no es opcional.

La segunda parte se va más lejos. La urbanización es de verdadera élite, así que lo que hay que proteger es mucho, tanto que es lo que de verdad se protege. Parece evidente que es otra reformulación de ese principio de que las fuerzas del orden están para defender al que tiene, que, por cierto, es quien se dota de ella por saber que tiene algo que perder.

Otra cita, esta de la página 198:



«Cuando uno se encuentra a alguien que habla tanto y con tanta facilidad de su fuero íntimo, cabe pensar dos cosas: que el sujeto en cuestión tiene en tan poca estima a todos sus semejantes (y en tanta a sí mismo) que no le importa exhibirse; o que miente más que habla.»



Supongo que hay más alternativas (y no sólo dos), pero lo que es cierto que alguien que habla mucho de sí mismo, siempre da mucho que pensar... mientras le escuchamos.