28 de marzo de 2011

La catedral del Mar

Un libro interesante, que engancha (y mucho), pero que quizá, aunque sea una novela situada en la historia, no merezca el apellido de novela histórica. Muchas críticas ha recibido esta novela precisamente por eso, por no ajustarse demasiado a la realidad histórica. (se puede comprobar haciendo una búsqueda en Google)  Parece que a lo largo del libro se quiera ocultar la pertenencia de Barcelona (y Cataluña entera) a un reino más amplio, el de Aragón, pongo por ejemplo este fragmento:
«Desde el inicio de su reinado, en el año 1291, Jaime II había tratado de imponerse a la oligarquía feudal catalana, para lo cual había buscado la ayuda de las ciudades libres y sus ciudadanos, empezando por Barcelona. Sicilia ya pertenecía a la corona desde tiempos de Pedro el Grande; por eso cuando el Papa concedió a Jaime II los derechos de conquista de Cerdeña, Barcelona y sus ciudadanos financiaron aquella empresa.» (p.68)
¿De dónde era rey Jaime II? ¿Y Pedro el Grande? ¿A qué corona pertenecía Sicilia? Pues eso, que es innegable el poder económico y político de la actual Cataluña, pero no pasa nada por reconocer que no siempre fuera así, lo mismo que al revés. Hubo un tiempo en el que Aragón tenía poder político y económico y ya no lo tiene.

Por otro lado, el libro es una buena excusa para volver a visitar la catedral de Santa María del Mar y todo el barrio gótico de Barcelona y, quizá, el Mercat de Sant Antoni, de donde salió este libro. A ver cuando vamos.

17 de marzo de 2011

Elogio de la ociosidad

Cumpliendo con lo dicho en la entrada anterior, volvemos al tema de la educación, en este caso, otra vez la educación para el ocio, pero con la diferencia de que este libro es de 1932.

Como en otras ocasiones, los libros se entremezclan y en San Manuel Bueno, Martir de Unamuno, se lee exactamente la misma frase, ciertamente con otro sentido en boca de Manuel Bueno:

«Como casi toda mi generación, fui educado en el espíritu del refrán "La ociosidad es la madre de todos los vicios".» (p. 9)
Y empieza a ser cierto que el ocio pasa a ser un problema cuando no se tienen argumentos para poder asumirlo dentro de la propia vida, integrándolo como una parte útil y mimando los tiempos de ocio a través de una postura creativa. Por eso, 
«Es una postura esencial de cualquier sistema social (...) el que la educación vaya más allá del punto que generalmente alcanza en la actualidad y se proponga, en parte, despertar aficiones que capaciten al hombre para usar con inteligencia su tiempo libre.» (p. 19)
Pero esa es una de las grandes dificultades de la educación. Estamos tan ocupados con las metas, los fines, los objetivos, las competencias, que nos olvidamos de que para progresar como sociedad necesitamos, además de conocimientos, creatividad. Así perpetuamos un sistema que, por otro lado, tampoco está dispuesto a darnos muchas más horas de ocio. Para tener más creatividad, también necesitaremos una dosis de libertad,
«Los argumentos a favor de un alto grado de libertad en la educación no se derivan de la natural bondad del hombre, sino de los efectos de la autoridad, tanto sobre los que la sufren como sobre los que la ejercen. Los que están sujetos a la autoridad se hacen o sumisos o rebeldes, y ambas actitudes tienen sus desventajas. Los sumisos pierden inicativa, tanto de pensamiento como de acción (...) Por otra parte, hay muchas maneras de rebelarse y sólo un número reducido de ellas es sabio.» (pp. 138-139)
Para los que ejercen la autoridad, Russell reserva este párrafo
«El efecto sobre los educadores es todavía peor: tienden a convertirse en ordenacistas sádicos, satisfechos de inspirar terror y contentos de no inspirar nada más.» (p. 139)
Seguro que a todos nos vienen más de uno a la cabeza con un comportamiento que se ajusta bastante bien a lo descrito en el párrafo anterior.
Pero volviendo al tema de si nuestra sociedad está dispuesta a concedernos más ocio, quizá convenga contar con este otro fragmento (un poco largo) donde se pone de manifiesto que la cordura no es lo que impera en la base de nuestro orden establecido.
«Tomemos un ejemplo. Supongamos que, en un momento determinado, cierto número de personas trabaja en la manufactura de alfileres. Trabajando -digamos- ocho horas por día, hacen tantos alfileres como el mundo necesita. Alguien inventa un ingenio con el cual el mismo número de personas puede hacer dos veces el número de alfileres que hacía antes. Pero el mundo no necesita duplicar ese número de alfileres: los alfileres son ya tan baratos, que difícilmente pudiera venderse alguno más a un precio inferior. En un mundo sensato, todos los implicados en la fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás continuaría como antes. Pero en el mundo real esto se juzgaría desmoralizador. Los hombres aún trabajan ocho horas; hay demasiados alfileres; algunos patronos quiebran, y la mitad de los hombres anteriormente empleados en la fabricación de alfileres son despedidos y quedan sin trabajo. Al final, hay tanto tiempo libre como en el otro plan, pero la mitad de los hombres están absolutamente ociosos, mientras la otra mitad sigue trabajando demasiado. De este modo, queda asegurado que el inevitable tiempo libre produzca miseria por todas partes, en lugar de ser una fuente de felicidad universal. ¿Puede imaginarse algo más insensato?» (pp. 13-14)
O que quizá lo que mueve el mundo no es la felicidad de las personas sino
«La historia toda demuestra que el gobierno siempre es manejado en interés de la clase dominante, excepto en la medida en que ésta pueda verse influida por el temor a perder el poder.» (p. 76)
y atención a esta advertencia, también de 1932

«Sería necesario considerar las finanzas y la industria como formando un conjunto y tratar de alcanzar el mayor beneficio posible para tal conjunto, y no separadamente para las finanzas. Las finanzas son más poderosas que la industria cuando ambas son independientes, pero los intereses de la industria se aproximan más a los intereses de la comunidad que los intereses de las finanzas. Ésta es la razón por la que el mundo ha llegado a tal extremo: el excesivo poder de las finanzas.» (pp. 54-55)
¿A qué os suena esto del excesivo poder de las finanzas?

15 de marzo de 2011

Los diez mandamientos en el siglo XXI

Forzado por la deuda que ya tengo contraída (ya tengo en la mesa el siguiente libro para comentar en este blog) voy a pasar a elaborar mi resumen particular de éste libro que, en mi opinión se le hizo largo al autor que dedica 90 páginas a los 5 primeros mandamientos y apenas 70 a los 5 últimos. A lo mejor es porque son menos importantes, pero también ocurre que las críticas más certeras las encuentro en los primeros. 
Los párrafos más jugosos se encuentran en el tercer y el cuarto mandamiento, que Savater relaciona con la educación. Para los que no recordéis cuales son (y para mi mismo) el tercer mandamiento es Santificarás el día del señor y el cuarto Honrarás a tu padre y a tu madre. Como no sigo muy de cerca los detalles de la doctrina católica, no sé si esta redacción es la oficial o es la que adapta el autor. En todo caso, un primer "corte" proveniente del cuarto mandamiento.

«La verdadera libertad es la que proporciona al hijo los elementos para alcanzarla.

La educación es básica en el desarrollo de la libertad. Pero éste es un tema que encierra un drama. Quien educa, padre o maestro, lo hace para que el educado se autonomice. (...) Por lo tanto, el éxito de educar bien significa quedarse sólo.» (p. 74)
Desde luego que puede haber quien piense que es mejor no educar en este sentido. Al fin y al cabo es más seguro mantener a tu lado y pendiente de tu criterio a las personas. Produce, por así decirlo, menos dolor. Pero también quiero decir que cualquier aumento en la autonomía de un niño es algo impagable, que, ciertamente produce más dificultades, pues comienzan a colisionar dos (o más) libertades, pero que quedan absolutamente compensadas.

La otra cita, más en la linea social o profesional, es del tercer mandamiento, concretamente de la página 62
«(...)se debe tener en cuenta que no solamente hay que educar para desarrollar un oficio o una profesión. También hay que educar para el ocio, y conseguir una capacidad creativa que nos evite vivir esos momentos sólo en el despilfarro y el consumo, como hacen los prisioneros de su propia incultura.»
Y es que, a veces, nos empeñamos en crear máquinas sumisas que encajen perfectamente en esta sociedad de trabajo orientada al consumo, cortando todo atisbo de rebelión creativa. Quizá estemos teniendo demasiado éxito. Volveremos sobre este tema en la próxima entrada.