21 de septiembre de 2010

La constante macabra



Si haces un examen y aprueban todos los alumnos, ¿qué pensarías? ¿Que era demasiado fácil? ¿Que te has equivocado al poner las preguntas? ¿Que en el próximo examen ya te pensarás mejor las preguntas?


Esta es la pregunta base de este libro en el que su autor trata de explicar, y combatir, el hecho de que en la mayoría de las clases y las asignaturas el número de suspensos es de, aproximadamente, la mitad. Una constante que se repite a lo largo de los años, de los cursos, de las asignaturas y que nos transforma de un papel de educadores y enseñantes, a otro de seleccionadores que, quizá, no sea lo que nos corresponda. Y es que

«Una evaluación que tiende a subrayar la debilidad de un alumno en lugar de revelar los progresos logrados y las adquisiciones obtenidas, es el método más eficaz para desanimarlo y conducirlo al fracaso.» (p. 154)
¿El profesor que suspende mucho, es mejor? ¿El alumno que suspende, estudiará más? ¿Los alumnos son cada vez peores? ¿Saben menos? ¿Se esfuerzan menos? ¿Cuánto nos esforzábamos nosotros en nuestra época de estudiantes?
«...los enseñantes tienen demasiado a menudo una tendencia a desalentar a los alumnos en lugar de motivarlos. Este comportamiento, muchas veces involuntario, se inscribe dentro de una lamentable tradición: el alumno, al fallar, trabajará más para así progresar.» (p. 81)
Un último apunte de uno de los prólogos
 «Espero que estas reflexiones puedan contribuir a mejorar el diálogo entre enseñantes y enseñados, permitiendo de alguna manera que los enseñados se sientan más alumnos que opositores, en la medida en que los enseñantes sean para ellos más bien tutores que jueces.» (p. 7)
Y es que, ¿por qué hemos de ser jueces? Desde luego que me veo más en el papel de compañero/tutor, que en el de juez/seleccionador.