20 de abril de 2009

Metáforas que nos piensan

Mucho tiempo sin escribir. Poco tiempo para leer.


De lo último leído, este Metáforas que nos piensan, de Emmanuel Lizcano. Una serie de artículos con un tema de fondo: la capacidad del lenguaje para modelar la realidad que vivimos. El lenguaje nos "obliga" a "ver" una realidad y no otras posibles y esto es válido para todo, desde la ciencia y la matemática a la sociología. En palabras del autor



«­La consolidación de ciertas metáforas es fundamental para el mantenimiento de la creencia en que "las cosas son como son" y no de otra manera (o sea, no según otras metáforas), pero es precisamente la fe en la ciencia la que permite establecer tajantememete es 'como' son las cosas y deslegitimar, en consecuencia, como superchería, atraso, utopía o delirio cualesquiera otras potencialidades que puedan alterar--o que vienen consiguiendo escapar de--el actual 'estado de las cosas'»
(p. 29)


O sea que buena parte de lo que creemos que pensamos lo ponemos nosotros con nuestro universo metafórico y, de este modo, creamos una realidad hecha a medida de nuestra lengua.


«(...) bajo cada concepto, imagen o idea late una metáfora, una metáfora que se ha olvidado que lo es. Y ese olvido, esa ignorancia, es la que, paradójicamente, da consistencia a nuestros conocimientos, a nuestros conceptos e ideas.» (p. 61)


Sigamos con el ejemplo de la ciencia


«Metáforas que los científicos (...) acaban publicando con una elaborada retórica (...) que les presta toda la apariencia de mero des-cubrimiento de 'la realidad'; retórica de ka verdad que acabará asentándose como verdad a secas una vez que el entrelazamiento de juicios científicos, académicos, políticos y procesales haya terminado de legitimar los unos a los otros. El resto lo pondrá la credulidad de la población hacia una forma de saber que se le presenta como saber sagrado (...) credulidad convenientemente alimentada durante años y años de enseñanza general y obligatoria, en la que las ciencias y las matemáticas se imponen como conocimientos imbuidos del máximo prestigio y apenas susceptibles de ser contrastados o puestos bajo sospecha.» (pp. 75-76)

y las matemáticas, pues...
«(...) ese proyecto, que hoy nos parece tan universal como 'la matemática', es la empresa de unas pocas gentes (...) que habitaban unos burgos o ciudades de Europa Central y de Inglaterra enlas que se albergaba una ínfima parte de la población. Que su locura, su utopía--y sus matemáticas--hayah llegado a imponerse en buena parte del planeta, no puede hacer olvidar que la utopía y las matemáticas de aquella burguesía minoritaria son también una utopía y unas matemáticas indígenas.» (p. 196)

Y con ello cargados de la Razón (la razón se tiene y por tanto se puede llevar a todas partes). Desde dentro de nuestro mito indígena y convencidos de que no lo es

«Nunca un mito lo es para quien está creyendo en él: se trata de la realidad misma» (p. 234)

cargamos contra aquellos que no lo comparten,

«Las culturas sin escritura no pueden entenderse (...) como algo que viene definido por su carencia. Concebirlas por una carencia, defecto o falta ya las presenta como defectuosas, viniendo así a resultar natural la corrección de su defecto.» (p. 153)


pero olvidamos que

«Muchas culturas del verbo son (...) conscientes de los numerosos beneficios derivados de la oralidad, de los cuales carecemos las gentes de letras, y--que yo sepa--nunca han emprendido "campañas de oralización" que, al igual que las desatadas para la alfabetización, llevaran a la hoguera nuestros libros o nuestros códigos legales como formas de superstición e inclutura. Y, sin embargo, la modernidad ha decretado--evidentemente, por razones humanitarias--su exterminio, al pie de la letra.» (p. 157)

¿No da que pensar? A mi sí. Mucho.