17 de marzo de 2011

Elogio de la ociosidad

Cumpliendo con lo dicho en la entrada anterior, volvemos al tema de la educación, en este caso, otra vez la educación para el ocio, pero con la diferencia de que este libro es de 1932.

Como en otras ocasiones, los libros se entremezclan y en San Manuel Bueno, Martir de Unamuno, se lee exactamente la misma frase, ciertamente con otro sentido en boca de Manuel Bueno:

«Como casi toda mi generación, fui educado en el espíritu del refrán "La ociosidad es la madre de todos los vicios".» (p. 9)
Y empieza a ser cierto que el ocio pasa a ser un problema cuando no se tienen argumentos para poder asumirlo dentro de la propia vida, integrándolo como una parte útil y mimando los tiempos de ocio a través de una postura creativa. Por eso, 
«Es una postura esencial de cualquier sistema social (...) el que la educación vaya más allá del punto que generalmente alcanza en la actualidad y se proponga, en parte, despertar aficiones que capaciten al hombre para usar con inteligencia su tiempo libre.» (p. 19)
Pero esa es una de las grandes dificultades de la educación. Estamos tan ocupados con las metas, los fines, los objetivos, las competencias, que nos olvidamos de que para progresar como sociedad necesitamos, además de conocimientos, creatividad. Así perpetuamos un sistema que, por otro lado, tampoco está dispuesto a darnos muchas más horas de ocio. Para tener más creatividad, también necesitaremos una dosis de libertad,
«Los argumentos a favor de un alto grado de libertad en la educación no se derivan de la natural bondad del hombre, sino de los efectos de la autoridad, tanto sobre los que la sufren como sobre los que la ejercen. Los que están sujetos a la autoridad se hacen o sumisos o rebeldes, y ambas actitudes tienen sus desventajas. Los sumisos pierden inicativa, tanto de pensamiento como de acción (...) Por otra parte, hay muchas maneras de rebelarse y sólo un número reducido de ellas es sabio.» (pp. 138-139)
Para los que ejercen la autoridad, Russell reserva este párrafo
«El efecto sobre los educadores es todavía peor: tienden a convertirse en ordenacistas sádicos, satisfechos de inspirar terror y contentos de no inspirar nada más.» (p. 139)
Seguro que a todos nos vienen más de uno a la cabeza con un comportamiento que se ajusta bastante bien a lo descrito en el párrafo anterior.
Pero volviendo al tema de si nuestra sociedad está dispuesta a concedernos más ocio, quizá convenga contar con este otro fragmento (un poco largo) donde se pone de manifiesto que la cordura no es lo que impera en la base de nuestro orden establecido.
«Tomemos un ejemplo. Supongamos que, en un momento determinado, cierto número de personas trabaja en la manufactura de alfileres. Trabajando -digamos- ocho horas por día, hacen tantos alfileres como el mundo necesita. Alguien inventa un ingenio con el cual el mismo número de personas puede hacer dos veces el número de alfileres que hacía antes. Pero el mundo no necesita duplicar ese número de alfileres: los alfileres son ya tan baratos, que difícilmente pudiera venderse alguno más a un precio inferior. En un mundo sensato, todos los implicados en la fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás continuaría como antes. Pero en el mundo real esto se juzgaría desmoralizador. Los hombres aún trabajan ocho horas; hay demasiados alfileres; algunos patronos quiebran, y la mitad de los hombres anteriormente empleados en la fabricación de alfileres son despedidos y quedan sin trabajo. Al final, hay tanto tiempo libre como en el otro plan, pero la mitad de los hombres están absolutamente ociosos, mientras la otra mitad sigue trabajando demasiado. De este modo, queda asegurado que el inevitable tiempo libre produzca miseria por todas partes, en lugar de ser una fuente de felicidad universal. ¿Puede imaginarse algo más insensato?» (pp. 13-14)
O que quizá lo que mueve el mundo no es la felicidad de las personas sino
«La historia toda demuestra que el gobierno siempre es manejado en interés de la clase dominante, excepto en la medida en que ésta pueda verse influida por el temor a perder el poder.» (p. 76)
y atención a esta advertencia, también de 1932

«Sería necesario considerar las finanzas y la industria como formando un conjunto y tratar de alcanzar el mayor beneficio posible para tal conjunto, y no separadamente para las finanzas. Las finanzas son más poderosas que la industria cuando ambas son independientes, pero los intereses de la industria se aproximan más a los intereses de la comunidad que los intereses de las finanzas. Ésta es la razón por la que el mundo ha llegado a tal extremo: el excesivo poder de las finanzas.» (pp. 54-55)
¿A qué os suena esto del excesivo poder de las finanzas?

1 comentario:

Mario dijo...

Sin duda, las escuelas tienen un gran parecido a las fábricas, con sus espacios despersonalizados, sus tareas fragmentarias y mecánicas, sus ritmos poco naturales. Por cierto, ahora que las fábricas tal como las hemos entendido están llamadas a desaparecer las escuelas van a ser el reducto donde se refugie la mediocridad. ¿Puede haber creatividad en una fábrica? ¿Puede ser creativo alguien sin capacidad para tomar decisiones?