28 de julio de 2008

Mileuristas

Los comentarios del verano tienen tendencia a ser más cortos. Los días son largos y las cosas que hacer son muchas, además no siempre hay conexión disponible, así que, sea por unas cosas o por otras el comentario no será largo, ya llegará el invierno y lo será.

Mileuristas es un libro de Espido Freire que me llamó poderosamente la atención cuando lo vi en la caseta de Ariel en la Feria del libro de Madrid. Había oído a la autora hablar de él en un programa de televisión que dirige un cura moderno (por el pelo y las formas) pero con su alzacuellos (igual es un requisito para aparecer en el Canal Diocesano de Toledo). En ese programa se trataba del tema de los mileuristas como generación y de eso trata este libro y su continuación (pues está concebido como una serie con dos entregas).

La primera sorpresa me la llevé cuando me dí cuenta de que yo era un mileurista, pues ese es el calificativo que merece (según Espido) nuestra generación, independientemente del salario que se perciba. Así, este libro pasaba a ser un libro escrito por una mileurista y leido por otro de la misma condición. Sin duda ambas circunstancias no ayudan a ser objetivo. Salirse de lo que le es propio a uno para contarselo a los demás parece francamente difícil y, de hecho, la autora se disculpa en el prólogo asegurando que, quizá "generaliza lo personal o personaliza lo general". En todo caso ese riesgo también me ocupa a mi, que lo veo desde mi particularidad (es posible que no haya otra opción). Por otro lado es cierto que me identifico con muchas de las afirmaciones que se vierten en el libro, pero no más de lo que me puedo identificar al leer un horóscopo. En definitiva, se trata de un libro que retrata una generación (nos retrata) de una forma un poco vaga, pero entretenida, que al fin y al cabo también es algo positivo, de todos modos, de momento no voy a comprar la segunda parte.
Un fragmento que habla de una pérdida de libertad individual (p. 163)

«Una persona joven puede por lo tanto tener un móvil personal y otro de trabajo, pero el hecho de llevarlo encima le convierte en una oficina ambulante: el espacio que el móvil anula hace que también se modifique el concepto de tiempo. (...) Los teléfonos (...) anulan la intimidad, extienden jornadas de trabajo y se mantienen siempre activos.»
Quizá lleguemos a añorar el tiempo en el que podíamos salir de casa y desconectar de todo lo demás. Había un tiempo en el que nos apuntabamos recados para nuestros padres y hermanos y, además, preguntábamos: ¿está Antonio?, con toda la naturalidad que da el saber que el teléfono dependía de un cable empotrado en una pared.
Para terminar un fragmento que habla de una pérdida de libertad colectiva (p. 175)


«Las publicaciones específicas se nutren casi siempre de una publicidad que las convierten en gratuitas, o casi; (...) la publicidad de firmas asume que es imposible desligarse de la marca, que la comunicación puede ser sesgada o abiertamente manipulada por intereses comerciales (...)»

Conviene tenerlo en cuenta.

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