28 de mayo de 2010

La lluvia amarilla

Comencé a leer este libro animado por tratarse de un relato sobre Ainielle, un pueblo abandonado en Huesca, como tantos que he conocido, ya abandonados, ya recuperados para otras actividades o recuperados para vivir en ellos. Lo cierto es que en ellos siempre se mezcla la belleza del lugar con la tristeza del camino andado y desandado; lo difícil que es construir un lugar para vivir y lo sencillo que le resulta al tiempo desordenar el orden humano.

«Visto desde los montes, Ainielle continúa conservando, pese a todo, la imagen y el perfil que tuvo siempre: la espuma de los chopos, los huertos junto al río, la soledad de sus caminos y sus bordas y el resplandor azul de las pizarras bajo la luz del mediodía o de la nieve.» (p. 75)

Demasiada tristeza, locura y soledad en este libro.

2 comentarios:

Mario de la Cuadra Velasco dijo...

Recuerdo perfectamente la lectura de esa novela. La tuve como lectura obligatoria en mi curso de COU, debía de ser por el año 1995 o 1996. Como era una novela casi contemporánea, no venía en el libro de texto. Su lectura fue lo más parecido a como leía un lector en su tiempo de ocio. ¡Qué pena que no queden profesores como aquel, que se salía del libro de texto! Un recuerdo para Pedro Tenorio, profesor y poeta.

Javier Pascual Burillo dijo...

Yo por aquel año ya había aprendido todo lo que sé de pueblos abandonados. Las presas en muchos casos sumergían a los pueblos o a las tierras que los alimentaban, dejando como única salida a sus habitantes la del agua, el valle (unas veces próximo y las más lejano).
En los pueblos, los tejados se hundían y la madera podrida servía de abono a las zarzas que todo lo colonizaban y el barro que desdibujaba los empedrados de las casas.
Demasiado trabajo, levantar un pueblo para verse obligado a dejarlo caer. Demasiado trabajo, tratar de devolverle la vida.